jueves, 21 de octubre de 2010

El mundo en Bicicleta

El mundo en Bicicleta
Reflexiones en la ruta de la vida y para el alma.

D
e todos los inventos del hombre la bicicleta parece ser el menos invasivo y contaminante que ha concretado. Sin embargo, más allá de comparar y explicar sus atributos técnicos, quien ha usado o ha incorporado este medio de transporte a su vida, de seguro, la describirá como una extensión de su cuerpo y como tal la percibirá como el vínculo más habilitado para dar con ese estado volátil que es la libertad.
Personalmente, cada vez que me lo permito, voy fuera de mi ciudad, a la carretera, si es de mañana y temprano mucho mejor. Prefiero las menos transitadas donde el silencio no sea más que intervenido por el viento en los árboles, el canto de las aves o el mugir de las vacas. El paso espaciado de los automóviles podría admitirse en las pinceladas de este cuadro, en fin, no hay carretera sin ellos.
En cada vuelta al pedal voy dando ritmo y compás a mis pensamientos, más sinceros y lúcidos que en otros momentos y circunstancias. Mucho tiene de terapéutico practicar el ciclismo, refuerza la sana autoestima con esa autonomía de ir hasta donde el cuerpo aguante. Los autonautas ignoran el placer de ir más lento, de palpar metro a metro el camino y sus detalles. Una mañana de sábado quedé quieto en la berma sorprendido por una tarántula cruzando sobre el asfalto, otra vez fui capturado por el ondular silencioso y grácil de una culebra, pequeños seres, mínimas vidas que hubiesen sido arrasadas por los cuatro ruedas.
Amo el silencio, el sol, el viento y el verde. Ciertamente, los que pueden, van muy lejos, pagan por cruceros y viajes para admirar la creación y sus maravillas; el ciclista, en menos kilómetros y con mucho menos dinero, puede reconfortarse con lo sencillo de un paseo sabatino.
La bicicleta es el medio de transporte de los pobres, por lo tanto al pobre se le humilla. ¿Cómo ir seguro en bicicleta? Quien paga ordena la ciudad a su arbitrio, quien paga contamina sin mayor oposición. El ciclista no existe como tal en las calles, como se teme a quien no se conoce, el automovilista pareciera empeñarse en destruirlo, en un sentido auto referente supone que dos piernas y dos ruedas deberían comportarse igual que cuatro ruedas y un motor: giros inesperados, estrechamientos contra la solera, frenadas sorpresivas, entre otras, son pan de cada día para quien aventura usar su bicicleta en la ciudad, así sea el recibir los epítetos gratuitos por no reaccionar y ceder su espacio al imperialismo automotriz.
Son pocos los municipios que han dispuesto ciclo-vías con trazados coherentes y funcionales para el ciclista y no un mero maquillaje de buenas intenciones, algo en parte similar a la odisea de los minusválidos por tener accesos más amables para habitar en ciudades que sólo favorecen a la gente apolínea en autos deslumbrantes.
Por ello, déjenme tranquilo, no me digan nada (como decía un anciano cascarrabias cuyo nombre olvidé). Partiré de nuevo, a recorrer el mundo, aunque sea ese reducido lugar 25 kms. a la redonda, fuera de la urbe, a escuchar el follaje mecido por el viento, el agua de un riachuelo saltar a los costados de mi bici, a seguir los pasos tímidos de un perro abandonado buscando el rastro de un vehículo que arrancó hace horas para nunca mirar atrás.
Me detendré para tocar la corteza de un añoso árbol, a cortar una flor que viajará mustia en mi mochila junto a un libro que nunca acabo de leer, junto a un cuaderno que no quiero escribir. Saludaré al pasar a otros ciclistas absortos en sus asuntos; me detendré para charlar con ese campesino que descansa apoyado en la cerca, le preguntaré por el horizonte que ha labrado y si algo tiene que ver con recorrer el mundo en bicicleta.

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