sábado, 30 de octubre de 2010

Raoul Wallenberg héroe legendario de la paz


Ya para 1944 diariamente proporcionaba en los edificios alquilados albergue y alimento a trece mil judíos. En octubre de ese año el gobierno húngaro ofreció rendirse incondicionalmente a los rusos ante lo cual el partido de las Flechas Cruzadas se alzó y tomó el poder. El gobernante de facto Szalasi, nuevo primer ministro pro nazi, de inmediato se dio a la tarea de abolir los pasaportes protectores. Nuevamente el talento de Wallenberg apareció en escena al recurrir a la baronesa Gabor Kemeny, judía de raza y esposa del debutante Ministro de Relaciones Exteriores, su influencia permitió dos días después revocar la medida contra los pasaportes.
En tanto, Szalasi era presionado por Hitler para que exterminara de una vez a los judíos de Budapest, sin dilación ordenó a las fuerzas paramilitares de las Flechas Cruzadas detener a millares que aún no residían en los edificios de bandera sueca administrados por Wallenberg. En una procesión frenética y dantesca la marcha se inició a pie por los helados campos en dirección a Austria.

Largas filas de niños, mujeres, ancianos, unos descalzos, otros harapientos y exhaustos por el frío y el hambre caminaban escoltados por las Flechas Cruzadas a punta de garrotes, látigos y pistolas. Con el coraje que ya lo había hecho famoso, surgió junto a la columna Wallenberg  preguntando a viva voz ¿Qué judíos tenían pasaportes suecos o documentos provisionales  en húngaro o alemán?. Día tras día repitió la acometida hasta la frontera austriaca logrando volver a Budapest con cuatro mil de ellos salvados de la muerte.
En el horizonte ya se vislumbraba la caída del Tercer Reich, el Ejército Rojo era imparable rumbo a la capital húngara. Una semana antes el general alemán Schmidthuber ordenó el bombardeo de los edificios del ghetto judío. Raoul Wallenberg  en un desesperado intento se plantó frente al general asegurándole que no haría el más mínimo esfuerzo, como diplomático de un país neutral, en evitar que los rusos lo llevaran a la horca, si no se emitía una contra orden por el bombardeo. Schmidthuber desistió.
Ya para el 15 de enero de 1945, Wallenberg se mantenía oculto en un sótano, pero sabiendo que 130 mil judíos seguían con vida. Entonces, como registra, su biógrafo Wallace, comunicó a sus amigos su idea de atravesar las líneas alemanas con el propósito de ayudar a las tropas soviéticas en la liberación de los judíos. Una vez consumado su anhelo, el 16 de enero informó a la Cruz Roja Internacional que se dirigía a Debrecen para entrevistarse con el mariscal ruso Malinovsky para abogar, una vez más a favor de los judíos, a fin de que les devolvieran lo confiscado por el gobierno pro nazi húngaro.

El 17 de enero sus amigos le vieron llegar a su oficina escoltado por tres efectivos de la policía secreta rusa. En un instante que pudo hablar dijo “Voy con estos funcionarios, no sé si en calidad de huésped o de prisionero”. Se despidió con un apretón de manos y se marchó. Desde entonces nunca más se supo de él, desapareció tras la insipiente Cortina de Hierro.

Las autoridades rusas de la ocupación declararon que se le detuvo por la sospecha de que se trataba de un espía alemán. Posteriormente, cambiaron su versión insinuado que Wallenberg había sido asesinado por venganza por algún miembro de las Flechas Cruzadas camino a Debrecen. Un periodista de la época informó que fue detenido por haber intentado ocultar a los rusos piedras preciosas, dinero y oro perteneciente a los judíos. En 1947 testigos húngaros entregaron la versión que fue hecho prisionero en Raab, Hungría y llevado al campo de Focsani en Besarabia.
Han pasado más de 70 años y aún no se sabe con certeza qué fue lo que ocurrió. En Jerusalén hay un monumento el Yad Vashem en la calle llamada la Avenida de los Justos,  para homenajear a personas no judías que, poniendo en peligro sus propias vidas, salvaron a judíos del Holocausto, por cada uno de ellos han plantado un árbol, uno de ellos en memoria de Raoul Wallenberg.



Más información en www.raoulwallenberg.net

viernes, 22 de octubre de 2010

Héroes de la Segunda Guerra Mundial: Raoul Wallenberg

Miles fueron los judíos húngaros que salvaron con vida gracias a este sueco, uno de mis personajes inolvidables.

Raoul Wallenberg fue un cristiano nacido en Estocolmo y que en 1944 apareció en el caos del derrumbamiento de Hungría para salvar a millares arrebatándolos de las mismas garras del terror nazi. Sin embargo, él no era un hombre de armas, sus métodos eran simples pero, gracias a su empeño, logró que pasaportes protectores en nombre de Suecia (país neutral),  sumado a su talento en la diplomacia y su increíble valor que asombraba aún a los mismos nazis, cambiar el oscuro destino de quienes, generaciones después, lo han convertido en una figura legendaria de Hungría.


Podría decirse que hasta principios de 1944 los ochocientos mil judíos húngaros no habían sufrido muchas vejaciones. Pero en marzo de ese año los alemanes se hicieron cargo del gobierno de la hasta entonces nación satélite y para junio casi seiscientos mil fueron enviados a los campos de trabajos en Alemania o a los campos de exterminio en Polonia.
Por aquel entonces Estados Unidos instruyó a su representante en Estocolmo, Herschel Johnson, para que consiguiera la intervención de un sueco neutral en beneficio de la comunidad judía en Budapest. Johnson ya tenía referencias de Wallenberg, debido a la estadía de éste en la Universidad de Michigan en 1935 y a su destacada labor como director de una gran casa de comercio exterior que negociaba especialmente con Europa Central, por lo que Wallenberg ya era habitual visitante de Budapest. Tras presentarle en secreto la misión, en que Estados Unidos aportaría los fondos y el apoyo del rey Gustav con el gobierno sueco para su amparo diplomático, Wallenberg expresó su disposición a servir a esta causa pese a las advertencias de que si el régimen nazi se enteraba nada ni nadie podrían salvarlo.

Wallenberg llegó a Budapest en julio como nuevo secretario de la embajada sueca. Lo primero que le consternó, según cuenta su amigo Rudolf Philipp en un libro publicado en 1947, fue que la oficina donde recién se instalaba solamente había podido salvar a 649 judíos usando los llamados pasaportes protectores, que, al menos en el papel, permitían a sus beneficiados estar bajo la soberanía sueca.
Negociando con unos, prometiendo a otros la futura indulgencia de los Aliados, Wallenberg fue construyendo una red de ayuda secreta. Con sus notorias cualidades de persuasión y abundando en elocuencia logró que funcionarios húngaros del gobierno nazi se comprometieran a colaborar en la clandestinidad. Fue así que obtuvo que se interrumpiera provisoriamente la deportación de judíos.
Trabajando sin descanso completó uno de sus más anhelados objetivos en la capital húngara: arrendar 32 edificios que, oportunamente rotulados con escudos y bandera suecos, pasaron a servir de refugio a los judíos que iba liberando.
Ralph Wallance, otro biógrafo de Wallenberg, cuenta que una mañana una voz anónima al teléfono le avisó que cientos de judíos  estaban a punto de salir en tren con destino a Polonia.  Raoul corrió al lugar. Los centinelas nazis lo encañonaron de inmediato, pero, sin evidenciar algún temor, continuó a paso firme gritando amenazas en alemán sobre su condición de diplomático de un país neutral, cuando enfrentó al oficial a cargo de la deportación le inquirió molesto “¿Acaso no sabía herr Hauptmann que muchos de aquellos judíos estaban bajo la protección de Suecia?.

Los prisioneros apretujados en vagones de ganado observaban incrédulos como ese joven sueco avanzaba pálido pero decidido hacia ellos. Raoul gritó en alemán que todos los prisioneros provistos de de pasaportes suecos saliesen de los vagones, sin embargo, pocos respondieron al llamado. Raoul repitió el llamado haciendo un guiño significativo. Entonces entendiendo la estrategia muchos le rodearon. Confiando en que el oficial alemán no supiese leer húngaro, le exhibió un fajo de papeles de los más diversos trámites como actas de embarque, pago de impuestos y hasta certificados de vacunación como supuestos documentos provisionales suecos. Antes de que el hombre saliera de su confusión, Wallenberg ya encabezaba su tropa de rescatados hacia el refugio más cercano.
Los temerarios rescates de judíos por parte de este sueco no pasaron desapercibidas para la GESTAPO y el partido pro nazi húngaro de las Flechas Cruzadas, pero matar a un diplomático neutral podía ser peligroso. Le tendieron trampas para hacerlo caer y trataron de dar con sus papeles secretos en reiterados asaltos domiciliarios, mas una especie de sexto sentido lo salvaba en los momentos de grave peligro.
Continuará…

jueves, 21 de octubre de 2010

El mundo en Bicicleta

El mundo en Bicicleta
Reflexiones en la ruta de la vida y para el alma.

D
e todos los inventos del hombre la bicicleta parece ser el menos invasivo y contaminante que ha concretado. Sin embargo, más allá de comparar y explicar sus atributos técnicos, quien ha usado o ha incorporado este medio de transporte a su vida, de seguro, la describirá como una extensión de su cuerpo y como tal la percibirá como el vínculo más habilitado para dar con ese estado volátil que es la libertad.
Personalmente, cada vez que me lo permito, voy fuera de mi ciudad, a la carretera, si es de mañana y temprano mucho mejor. Prefiero las menos transitadas donde el silencio no sea más que intervenido por el viento en los árboles, el canto de las aves o el mugir de las vacas. El paso espaciado de los automóviles podría admitirse en las pinceladas de este cuadro, en fin, no hay carretera sin ellos.
En cada vuelta al pedal voy dando ritmo y compás a mis pensamientos, más sinceros y lúcidos que en otros momentos y circunstancias. Mucho tiene de terapéutico practicar el ciclismo, refuerza la sana autoestima con esa autonomía de ir hasta donde el cuerpo aguante. Los autonautas ignoran el placer de ir más lento, de palpar metro a metro el camino y sus detalles. Una mañana de sábado quedé quieto en la berma sorprendido por una tarántula cruzando sobre el asfalto, otra vez fui capturado por el ondular silencioso y grácil de una culebra, pequeños seres, mínimas vidas que hubiesen sido arrasadas por los cuatro ruedas.
Amo el silencio, el sol, el viento y el verde. Ciertamente, los que pueden, van muy lejos, pagan por cruceros y viajes para admirar la creación y sus maravillas; el ciclista, en menos kilómetros y con mucho menos dinero, puede reconfortarse con lo sencillo de un paseo sabatino.
La bicicleta es el medio de transporte de los pobres, por lo tanto al pobre se le humilla. ¿Cómo ir seguro en bicicleta? Quien paga ordena la ciudad a su arbitrio, quien paga contamina sin mayor oposición. El ciclista no existe como tal en las calles, como se teme a quien no se conoce, el automovilista pareciera empeñarse en destruirlo, en un sentido auto referente supone que dos piernas y dos ruedas deberían comportarse igual que cuatro ruedas y un motor: giros inesperados, estrechamientos contra la solera, frenadas sorpresivas, entre otras, son pan de cada día para quien aventura usar su bicicleta en la ciudad, así sea el recibir los epítetos gratuitos por no reaccionar y ceder su espacio al imperialismo automotriz.
Son pocos los municipios que han dispuesto ciclo-vías con trazados coherentes y funcionales para el ciclista y no un mero maquillaje de buenas intenciones, algo en parte similar a la odisea de los minusválidos por tener accesos más amables para habitar en ciudades que sólo favorecen a la gente apolínea en autos deslumbrantes.
Por ello, déjenme tranquilo, no me digan nada (como decía un anciano cascarrabias cuyo nombre olvidé). Partiré de nuevo, a recorrer el mundo, aunque sea ese reducido lugar 25 kms. a la redonda, fuera de la urbe, a escuchar el follaje mecido por el viento, el agua de un riachuelo saltar a los costados de mi bici, a seguir los pasos tímidos de un perro abandonado buscando el rastro de un vehículo que arrancó hace horas para nunca mirar atrás.
Me detendré para tocar la corteza de un añoso árbol, a cortar una flor que viajará mustia en mi mochila junto a un libro que nunca acabo de leer, junto a un cuaderno que no quiero escribir. Saludaré al pasar a otros ciclistas absortos en sus asuntos; me detendré para charlar con ese campesino que descansa apoyado en la cerca, le preguntaré por el horizonte que ha labrado y si algo tiene que ver con recorrer el mundo en bicicleta.